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21 de marzo: La Universidad frente a la discriminación racial

21 Marzo 2024 

 

El 21 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, fecha instaurada por las Naciones Unidas en el año 1996 en relación al hecho conocido como la Matanza de Sharpeville, Sudáfrica, ocurrida el 21 de marzo de 1960. En esa ocasión, la policía abrió fuego sobre las personas que se manifestaban contra las leyes del Apartheid, asesinando a 69 personas.

Desde la introducción del término raza y sus acepciones en este continente, la clasificación de las personas y la naturalización de las relaciones asimétricas de poder han sido una constante.

El racismo, en tanto sistema ideológico, podría ser equiparado a una pandemia, por cuanto ha atravesado fronteras, tiempos y aún se mantiene vigente. Asimismo, por las consecuencias nocivas para las personas, colectivos humanos y sociedades que sufren las consecuencias, históricas y actuales de sus manifestaciones.

Producto de las sucesivas conquistas en nuestro continente, las poblaciones indígenas y afrodescendientes han sido las más afectadas por un sistema que empezó esclavizando a las personas para la extracción de los minerales, que contribuyó significativamente a la consolidación económica de los países hoy denominados desarrollados.

Sin embargo, la expoliación continuó luego por otros cauces y la dominación y dependencia económica se acentuaron con las oligarquías locales hasta nuestros días. Asimismo, han continuado los procesos de racialización de colectivos humanos, expresándose en prácticas como la discriminación y la xenofobia.

Actualmente, los minerales continúan siendo el bien en disputa mientras la humanidad se enfrenta a la encrucijada de la profundización de un modelo de desarrollo en base a la extracción y destrucción del planeta, o dar un giro hacia un modelo de sustentabilidad que privilegie la vida y el bienestar de las personas. Frente a ello, los pueblos indígenas de todo el continente han elegido el lado de la vida, defendiendo el entorno natural frente el saqueo.


Esto nuevamente los ha ubicado, pareciera, en el lado incorrecto de la historia y nuevamente la descalificación, el maltrato, la persecución y la muerte forman parte de una estrategia más amplia que primero busca invisibilizar los reclamos y cuando ello no es posible, atacarlo por todos los medios posibles: sociales, mediáticos, judiciales, parapoliciales, etc.
Allí emerge nuevamente la clasificación y la jerarquización poblacional, y la sub valorización de este colectivo humano ha encontrado un terreno fértil en nuestras sociedades contemporáneas donde el odio, no solamente racial, se ha convertido en una violenta práctica social y política.

Esta etapa bien podrá será recordada como los tiempos del odio: institucionalizado, incitado y ejercido desde las más altas esferas gubernamentales frente a una población dividida entre quienes observan con asombro y escepticismo y quienes creen fervientemente que el enemigo y culpable de todas nuestras desgracias es el de al lado.

Surge la desconfianza en el medio de un bombardeo informativo, las verdades son a medias, los datos son utilizados para tergiversar la realidad en medio de una espectacularización de lo público, en donde el político que ofrezca el show más desopilante será quien goce de mayor simpatía social. Las redes sociales se convirtieron en la nueva horca pública donde todos los días se sacrifica a alguien mientras se celebra su linchamiento.

En este escenario, las instituciones públicas como las universidades también se enfrentan a un ataque y cuestionamiento que, en definitiva, es hacia la tarea del pensamiento, la reflexión y la conciencia crítica. Las ideas son necesarias, poderosas y orientan acciones, y muchas veces han sido un campo de disputa por su apropiación y utilización.

Es por ello que resulta necesario también, reflexionar sobre las prácticas, formas y manifestaciones que el racismo adquiere al interior de nuestras instituciones. A veces, estas manifestaciones son identificables, pero en la mayoría de los casos son invisibles y se encuentran naturalizadas. El racismo se ve, pero también se siente.

Por esto, es importante que comencemos en principio, por reconocer el lugar geográfico desde donde vivimos, sentimos y pensamos. Este territorio (Wallmapu) tiene una historia de despojo, lucha y resistencia por parte del Pueblo Mapuche y Tehuelche que no debe ser olvidada, un genocidio que debe ser reconocido.


Los sobrevivientes de la población originaria históricamente inferiorizada, esclavizada y despojada territorialmente, hoy forman parte de la comunidad universitaria, transitan las aulas, pasillos, oficinas y laboratorios de nuestra institución. En muchos casos, desconociendo la historia, cultura, espiritualidad y las luchas actuales de su propio pueblo. Ese desconocimiento es producto de un relato oficial nacional, canalizado a través de la educación formal, que en todo el país ha excluido a la población originaria y afrodescendiente.

Esta fecha y la coyuntura en particular que vivimos, puede representar una oportunidad para encontrarnos, debatir ideas, rumbos y sentidos de la formación, quehacer profesional y el trabajo cotidiano. Debatir sobre ideas y sistemas ideológicos no es bajada de línea, muchas veces el ejercicio de la política afecta negativamente la vida de las personas y la ignorancia sobre su funcionamiento no contribuye a mejorarlas.

Es preciso preguntarnos por nuestro lugar y aporte a la sociedad, orientar el pensamiento hacia la excelencia, pero con sentido humano, en donde la lógica, los datos y resultados no importen mas que las personas y no sean utilizados para justificar el sufrimiento, la destrucción del territorio y el silenciamiento de nuestra historia.


Daniel Loncon. Miembro del Pueblo Mapuche e integrante de la Cátedra Libre de Pueblos Originarios, Afrodescendientes y Migrantes. Secretaría de Extensión Universitaria. UNPSJB.

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